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Querido fútbol: el machismo

OPINIÓN
08/03/2021 | Andrea Menéndez Faya
8 de Marzo, día de la Mujer. Día del "ni machismo ni feminismo", del "y el del hombre qué" y, por supuesto, día del "no hay nada por lo que luchar en 2021".
Querido fútbol: el machismo
RFEF
11 de febrero de 2020, se enfrentan el Crevillent y el Sporting Plaza de Argel C. Minuto 70. El árbrito del partido empieza a sacar amarillas a diestro y siniestro y amenaza con suspender el partido. Lo hace, mientras las jugadoras llaman a la Guardia Civil. En el atestado -que no en el acta- se recogen las siguientes frases dichas por el colegiado: “nenazas, dais vergüenza”, “os tenían que prohibir jugar a esto”. 

18 de junio de 2017, Ribadeo. El club femenino Asturias de categoría alevín se enfrenta al Tropezón cántabro masculino en un torneo amistoso. Carla, de entonces doce años y hoy en el Sporting de Gijón B, hace una de las muchas brillantes actuaciones que tuvo en su edad de formación. El entrenador del Tropezón detiene el partido para decirle al árbitro que Carla es un niño y se llama Hugo, pidiendo su expulsión. En su explicación, dice que es normal pensar que era un niño porque "era muy buena". Para más ridículo, se trataba de un torneo alevín, por tanto, de fútbol mixto. 

12 de diciembre de 2018, Enrique Cerezo atiende a los medios en una rueda de prensa. En ella, la periodista Cristina Tirado pregunta acerca de la renovación de Godín. “Yo de dinero no hablo porque es de mala educación” -contestó el presidente del Atlético de Madrid- “Y menos con una mujer”.

27 de octubre de 2019, José María García delante de un micrófono en Cope: El fútbol femenino es una mentira. ¿Qué porcentaje de jugadoras de Primera División llega del córner a la portería?


Estos ejemplos: arbitraje, competición, dirección y periodismo, no son más que una rápida búsqueda en la memoria de los últimos casos de machismo en el fútbol español. Tenemos un problema, y tenemos dos si no reconocemos el primero. El fútbol, ese deporte masculino y heterosexual, lleva mucho tiempo resistiéndose al cambio. Griezzman se pone unas trenzas y es una nenaza. Rubén García se pinta las uñas y es maricón. Borja Iglesias escribe un tweet sobre el Bétis Féminas y que se vaya a jugar con ellas que es igual de malo. Si Harry Kane no rinde es porque tiene un hijo, y su mujer debería levantarse a cuidarlo si llora por la noche para dejarle descansar. En el aficionado al fútbol, el machismo es la norma, el feminismo la excepción. Y hemos de asumirlo con seriedad además de con tristeza. 

El fútbol femenino es una herramienta dentro del feminismo de nueva era. La lucha social y laboral de las jugadoras por ver reconocidos sus derechos a través del I Convenio Colectivo puso en relieve una serie de desigualdades históricas, llevó a la calle una lucha que se había mantenido a persiana cerrada en despachos durante años, y encumbró a las futbolistas como mujeres emponderadas. Todos esos términos (feminismo de nueva era, emponderamiento, lucha) les suenan mal a muchos, los desprecian, hacen que se levanten en pie de batalla contra las mujeres a orejeras puestas. Al final, al deporte se le pide que no se meta en política, pero, ¿hay algo más político que conquistar aquello que uno merece y se le ha negado durante toda su historia? 

En la mayoría de discursos frente al machismo nos referimos a las jugadoras como el objeto y el sujeto de lucha. Pero no son las únicas implicadas en esto. Luchamos por todo el deporte femenino, por su visibilización, el aumento de su repercusión mediática y que con ello aumenten los espectadores y por tanto los inversores. Porque se equiparen los logros conseguidos por ellas y ellos, porque una medalla de Oro de unas Olimpiadas se valore del mismo modo cuelgue del cuello de un hombre o de una mujer. Luchamos porque desaparezca la comparación constante, el demérito porque un hombre lo ha hecho mejor en algún momento, el ninguneo explícito al físico, los atributos o la capacidad de una mujer para competir. 

Luchamos porque un niño entre en la tienda oficial de su club y pueda ponerle el nombre de una futbolista a su camiseta sin ser cuestionado. Luchamos para que desde una grada no se insulte a las mujeres del campo, sean futbolistas, árbitras o entrenadoras, solo por la condición de ser mujeres. Porque no se las envíe a los lugares que ellos creen tener acotados para nosotras. Luchamos contra los titulares y las fotos que cosifican a la mujer, que la limitan a “novia de” o a sus atributos físicos. Luchamos contra la sexualización permanente de las mujeres deportistas, contra los carteles que se centran en los escotes, contra las imágenes exclusivas de tu jugadora favorita en ropa interior. Luchamos por todos los talentos que se perdieron, pierden y perderán en sociedades heteropatriarcales que no permiten a una niña coger un balón de fútbol, crecer aprendiendo a usarlo, y llegar a la élite. Por todas las jugadoras que nunca fueron y nunca serán.

Luchamos porque desaparezcan de las redes sociales todos los insultos y prejuicios hacia el fútbol femenino, porque cada vez que subamos un vídeo no se insulte a las compañeras de quien lo protagoniza, porque dejen de repetirse mantras del siglo pasado para referirse a un deporte que está en constante evolución y desarrollo. Luchamos porque en un bar se pueda emitir un partido sin que una voz grite que lo quiten porque es aburrido, sin ni siquiera mirarlo porque supone un atentado contra la frágil masculinidad del que lo mira. Luchamos porque en las canchas de los parques jueguen niñas a fútbol si les da la gana y no haya un padre que les diga que no se metan a estorbar a los niños. 

Luchamos por la normalización. Por el derecho de los espectadores a consumir un producto nuevo sin ser cuestionados en su hombría. Por el derecho de las marcas a invertir en ligas, clubes y jugadoras sin que se les tache inmediatamente de oportunistas, de haber caído en un fantasmagórico lobby. Luchamos porque las mujeres en puestos de dirección no sean atacadas de forma sistemática, porque el techo de césped desaparezca y los méritos académicos y deportivos de entrenadoras, directivas y staff se tengan en cuenta en igual medida que de sus homólogos masculinos a la hora de ser contratadas. Luchamos por la profesionalización de un deporte al que se exige ser profesional para todo menos en el papel. 

Luchamos porque en este país aún hay niñas que no juegan al fútbol porque a alguien en su entorno le parece que el fútbol no es un deporte para niñas. Y luchamos porque el deporte, el fútbol, el fútbol femenino, es un altavoz del cambio. Porque somos iguales, y queremos que se nos reconozca como iguales. Porque si aún quedara un solo comportamiento machista que ataque a nuestro fútbol, aún quedaría una razón por la que luchar. Porque hemos aprendido a crecer en la sombra, y ahora que nos llegan los rayos de sol, somos imparables.
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